La primicia es mía, y solo mía!!
EMILIO KAROTHY
Martes, 11 de agosto de 2020
En estos tiempos que nos tocan vivir, poco importa lo que decimos, y mucho menos como lo decimos. Lo único que importa es quien lo dice primero.
En ese afán de estar “antes”, todo vale. Ya no hay preocupación de formas y cuidados. Tengo que llegar primero. Tengo que ganar.
Corremos una carrera que hay que ganar sea como sea, cueste lo que cueste.
Si al momento de la confirmación resulto vencedor, la gloria y la corona de laureles van a tapar cualquier daño colateral. Y si todo sale al revés, mañana ya habrá tiempo de volver a correr, de volver a decir, de volver a insistir.
La cosa fue así siempre, no nos rasguemos las vestiduras tampoco, pero ahora deberíamos tener un poco de cuidado (cuidado?) ya que estamos en tiempo de pandemia. La gente se enferma. La gente se muere. La gente se asusta. La gente repite, reenvía, repostea, re… re… re
La responsabilidad de los comunicadores y de los medios es mucha, y no debería ser tomada con liviandad. Vivimos en épocas de falsas noticias (“fake” se dice ahora) que responden a intereses mezquinos. Festejamos cuando a los que piensan distinto les va mal, sin importar que esos que piensan distinto manejan el destino de personas, y los números que contamos como victoria son personas que se mueren.
¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿No tenemos límites?
Les pedimos a los políticos que dejen de lado sus diferencias y trabajen juntos sin importar sus colores, y resulta que la guerra de la primicia, del rating, de la audiencia nos hace comportarnos peor.
Nada somos sin la gente, nos cansamos de decir. Puede estar la radio, el canal, el portal; y pueden estar los anunciantes; pero si no hay quien nos lea, nos escuche o nos mire: NO SOMOS NADA!! Y resulta que a esa gente es a quien le vendemos pescado podrido.
Hay cosas de las que no se vuelve. La gente no es tonta. No nos olvidemos de eso.
Esta guerra puede terminar volviendo como un bumeran y haciendo que recibamos el golpe mucho más fuerte de lo que lo lanzamos, en nuestra propia cara.
Y ahí, caídos y con la nariz sangrante, descubriremos que es demasiado tarde. Que ahora resulta que perdimos la credibilidad, nuestro bien más preciado.